UTILIDAD DEL ERROR
VOLUNTARIO
En muchas ocasiones (casi todas) nos enfrentamos al misterio
de descubrir cómo debe sonar una obra que estamos estudiando sin saber ni por
asomo cómo queremos que suene. Normalmente, ante la inseguridad que percibimos
en estos casos (que, en realidad, son casi todos, como decía antes) tendemos a
agarrarnos a todos los clichés que tenemos a mano en cuanto a sonido,
pulsación, fraseo, estilo, etc... y fracasamos indefectiblemente.
Resulta interesante la práctica que propone el
violonchelista Gerhard Mantel: si no sabes cómo quieres que suene, investiga
sobre cómo estás seguro que no quieres que suene. Del contraste que se produce
entre el aporte de nuestros conocimientos correctamente académicos y los
extravagantes intentos que Gerhard propone, es presumible que logremos un
deseable término medio entre ambos extremos. Cito sus propuestas a
continuación:
“Provocando errores podemos conseguir:
Esclarecer la interpretación
cada vez más.
Agudizar nuestra atención.
Refinar nuestra percepción.
Variar y ponderar los
parámetros.
Utilizar los errores como
método de trabajo.”
Y añade:
“No existe un aprendizaje sin errores. En ocasiones, los errores deben
incluso provocarse para definir los campos de actuación. Pero los errores sólo
me permiten avanzar cuando los describo con precisión. Sin describir el error,
no puedo conocer su causa.”
Gran idea,
¿no os parece?. Exploremos el lado ridículo de nuestras interpretaciones y
riámonos de ellos, para evitar estar haciendo algo ridículo sin saberlo.
Ustedes
juzgarán.
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