A mis maestros 2

RAFAEL CAMPO

Fue otro de esos maestros que hacen digno el nombre. Además, tengan en cuenta que ese título, en España, (y aunque no lo recoja el Diccionario de la Real Academia de la Lengua) hace referencia a los matadores de toros, personas que tienden con su arte un velo al hecho de que el precio de su representación es la muerte. Aún así, los buenos consiguen que te envuelvas en su arte sin pensar en el precio de una pequeña imprecisión. Cito de oídas, pero creo que El Cordobés, al estrenarse en Las Ventas, le dijo a su hermana: “hoy te compro un piso o llevarás luto por mí”.

Rafael dejó en mí esa noción de valentía torera, esa acepción de maestro. Cuando lo conocí, apenas tenía voz y tenía completamente prohibido fumar. Pero seguía fumando, porque sabía que era tanta su capacidad de enseñar que daba igual que las notas que te corregía como mal entonadas fueran irreconocibles. Él las oía y tú también. Estoy seguro de que podría haber sido un orador mudo, pues tenía la facultad de transmitir conocimientos sin la ayuda de los medios necesarios, contaba mucho sin decir casi nada, podría decir que podías aprender cosas de él sólo con sentarte a su lado.

Rafael era hombre de meseta pobre, con las carnes hechas a ser feliz con tres de pipas. A mí me lo presentó mi hermano, que era alumno suyo en el Conservatorio de Arturo Soria, era soltero y cincuentón como rezaba un cuadro (con diez años de retraso) en su recibidor que decía: “Solterón y cuarentón, qué bien vives, cabrón”.

Vivía en la calle Aguilón en casa propia y ya pagada, con lo que no era hombre que necesitara dinero. El dinero no gobernaba sus decisiones, por eso me aceptó como alumno particular, sin tener yo posibles en ese momento para pagarle, solo me exigió una cosa: “¿piensas dedicar tu vida a la musica?,-sí, maestro. – Ya lo veremos.”

La primera vez que fui a su casa me sorprendí al encontrarme aun saxofonista de Salamanca que él había alojado porque no tenía ni para una pensión, después a un sobrino de su pueblo con su novia, otra vez a un chelista de Langreo que asiló temporalmente para que pudiera ducharse y que no lo echaran de clase por esa razón.

Para abreviar, debo decir que su bondad nos envolvió a todos, de una u otra forma y estoy casi seguro de que ninguno de nosotros, de una u otra forma, lo olvidaremos nunca. Salud, maestro.

1 comentario:

Unknown dijo...

Que palabras tan cálidas y agradecidas. Después de la familia y los amigos, sin duda van ellos. En la memoria quedan Domingo y Enrique. La pena no haber disfrutado yo del resto.